EL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS
Es cierto, las decisiones tomadas por el presidente no están encontrando límites ni contrapesos reales, el único que existe a la fecha se encuentra en gestación con la amenaza de no tener los recursos necesarios para terminar de formarse; cierto es también que ha venido reuniendo más poderes día tras día, de manera inversamente proporcional a la pérdida de autonomía, capacidad y viabilidad de las instituciones diseñadas para mitigar la hegemonía del Ejecutivo federal. Asumamos que la velocidad con la que esas decisiones se han ido acumulando es equivalente a la debilidad de las respuestas y a la potencia del resentimiento social exacerbado por los insultos del pasado.
Estos supuestos explican en gran medida la historia en curso. La estrategia política elegida por AMLO y sus colaboradores exige la acumulación constante del poder en una sola persona al mismo tiempo que sostiene una crítica tenaz, cruda e irreversible hacia el pasado inmediato del país. Como resultado de lo anterior, el único resultado tangible y capaz de calmar esa sed de venganza es la destrucción deliberada de todo lo que recuerde o perviva de los “neoliberales”. No hay espacios para la negociación, eres mi amigo o eres mi enemigo, cualquier sospecha de debilidad lo quebraría, pero su espíritu libertador es inquebrantable, no está reformando el Estado Mexicano, nos encontramos en medio de una revolución y como tal, no se admiten treguas ni respiro alguno.
Duele ver el culto a la personalidad, el sometimiento de los poderes constitucionales, la polarización provocada en la sociedad, la pugna contra los gobiernos estatales, el ahorcamiento de las finanzas municipales, el implacable ataque a la prensa y quienes piensan diferente, el desnudo financiero en que se ha dejado a la ciencia y a los intelectuales, a los académicos y a las organizaciones de la sociedad civil; igual de lacerante que la corrupción es el uso discrecional de los recursos públicos, el chantaje y “mangoneo” de las fuerzas armadas al utilizarlos como “chalanes” para cumplir sus caprichos; todo contradice al Estado plural, democrático y social que alguna vez tuvimos, que si bien es cierto, era perfectible, no se compara con esta maniquea realidad.
Ninguna persona medianamente informada y sensata puede negar los errores colosales, los abusos excesivos y la corrupción que fueron socavando a nuestro país durante años; sin embargo, nadie en su sano juicio puede afirmar, tampoco, que la solución a esos problemas consiste en establecer el gobierno de un solo hombre. Ambas posiciones resultan deleznables, como también reprobable y sorpresiva fue la confesión que hizo este fin de semana Andrés Manuel López Obrador al asegurar que se prefirió no inundar Villahermosa y sí las zonas bajas de Tabasco, donde viven “los más pobres” –así lo afirmó él mismo-. ¿Qué su lema no ha sido siempre, “primero los pobres”? Se supone que deben ser blanco primordial en la lista de beneficiarios de programas sociales y políticas públicas, no los primeros sacrificados en caso de desastre natural. Todo cae por su propio peso.
Este presidente llegó al poder a través de un movimiento creado para sí mismo, nació de sus ideas y de su hambre vieja por saborear las huestes del poder; la idea que tiene de los mexicanos no tiene pies ni cabeza, para él todos somos “pueblo”, una cosa genérica, sin distingos de ninguna índole, que necesitamos ser guiados por él y que lo único que necesitamos para sobrevivir es “que no exista la corrupción”, que dos o tres mequetrefes estén en la cárcel, esa es su visión de país. No entiende de prosperidad, crecimiento, bienestar social.
México se convirtió en un país donde no hay gobierno sino campaña permanente y, en consecuencia, todas las decisiones se toman en clave de amigo o enemigo. En este entorno, como dice Merino, las políticas no importan tanto por lo que proponen sino por quién lo hace, las idas sucumben ante la imputación de buenas o malas intenciones, la riqueza de la discusión se ha evaporado al convertirla en un asunto de bandos enfrentados e irreconciliables, que se descalifican diariamente con campañas de odio y desprestigio, discusiones infinitas que han creado nubes de humo que nos impiden dialogar sobre los problemas agobiantes y encontrar soluciones.
Esta es la profunda distorsión de la vida política de México, parece un mal cuento, pero es nuestra deprimente realidad y nadie hace nada.
@eduardguezh