La expectativa ciudadana referente a “la política” generalmente se concentra en dos momentos: el primero, cada vez que hay elecciones presidenciales, estatales o de cambio en las alcaldías, durante las campañas y ante la incógnita de quien ganará; y segundo, en el transcurso de las semanas anteriores a conocer a las y los integrantes de los gabinetes con quienes pretenden gobernar las personas elegidas en las urnas.
Por su parte, las y los futuros gobernantes se ven inmersos en un proceso de análisis sobre el estatus actual de la administración pública en cualquiera de los tres ordenes recurriendo a preguntas básicas: ¿Cuánto debemos? ¿Cuánto tenemos? ¿Cuáles son los problemas más urgentes por atender? ¿Qué se ha hecho al respecto en los últimos años?… Y la pregunta del millón: ¿qué vamos a hacer nosotros?
Para darle respuesta a los cuestionamientos iniciales se busca establecer relación con las administraciones salientes y, en el mejor de los escenarios, acceder a la información necesaria para hacer un correcto diagnóstico que permita ir trazando la ruta a seguir en los primeros 100 días -importantísimos en temas de comunicación política- y durante el resto del gobierno.
Lo complicado del asunto se presenta cuando se trata de resolver la pregunta final; y es que, más allá de la selección de los perfiles adecuados para cada una de las áreas que contempla la administración pública, es imprescindible contar con un proyecto político, es dejar de ver el árbol para poder contemplar el bosque. Un proyecto político es ese plan “maestro” que define el rumbo que tomarán las acciones emprendidas por el gobierno, alejándose de las coyunturas para atender la raíz de los problemas que le duelen a la sociedad.
El proyecto político o de nación-estado-municipio, debe tener relación entre ideología política y práctica institucional. Chantal Mouffe, politóloga belga, entendía lo político como aquello que está relacionado al poder, al conflicto y al antagonismo; mientras que la política eran esas prácticas e instituciones que formulan ciertos propósitos con los que buscan mantener o construir hegemonía. Gobernar, dice Mouffe, es la mezcla de ambos, sobreponiendo lo inherente a la ciudadanía por encima de las creencias.
En el Siglo XIX, Saint-Simón afirmó la necesidad de pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas; a lo que Mouffe agrega “siempre y cuando sean en función de cumplir con las expectativas ciudadanas, desde la postulación hasta ejercer el poder”. Ahí radica lo primordial: el proyecto político debe existir antes, durante y después de la campaña política. Las ideas que mueven a un grupo a buscar el poder deben materializarse en el ejercicio del mismo, en la construcción de paquetes de políticas públicas que ejemplifiquen aquello que los mueve y, claro esta, vaya en el mismo sentido de lo que espera la sociedad del gobierno.
Al día de hoy, poco sabemos de lo que nos depara a los duranguenses, pero lo que esta claro es que la expectativa es alta e indudablemente es necesario poner en la agenda las capacidades de gobierno de aquellos que vayan a ocuparse de ejecutar las políticas públicas, independientemente de su nivel de instrucción y/o profesión.
Carencias ha habido y las habrá, eso es seguro. No obstante, esas áreas de oportunidad pueden trabajarse con anterioridad a tener responsabilidades administrativas a través de “escuelas de gobierno”, bastante necesarias para dejar de ver el árbol y admirar el bosque.